domingo, 13 de octubre de 2019

JUGADORES - NO A LA REFORMA



Cuando faltan pocos días para las elecciones continúan sumándose llamados a votar contra la reforma Vivir sin Miedo impulsada por un sector del Partido Nacional (PN). Jugadores de fútbol, artistas y estudiantes continúan pronunciándose contra la iniciativa

Un colectivo de jugadores de fútbol filmó un spot con un mensaje contra la reforma. Bajo la consigna “El miedo no es la forma” jugadores de todas las divisionales se pronunciaron contra la iniciativa que lleva adelante el senador Jorge Larrañaga.


“Votes lo que votes, el miedo no es la forma” culmina el mensaje de los futbolistas reunidos gracias a una iniciativa de Matías Riquero (Progreso), Santiago Amorín (Albion), Santiago ‘Bigote’ López y Agustín Lucas (Villa Española). Jugadoras de fútbol 11 y de futsal, y conocidos futbolistas en actividad y también retirados de Primera División, Segunda División Profesional y Primera División Amateur, dejaron su mensaje que puede verse en las redes sociales.


Por su parte la cantante argentina Miss Bolivia se pronunció en igual sentido durante su actuación en la Semana de Lavalleja y fue ovacionada por el público presente. «Esta canción se la voy a dedicar a todos los milicos y a la fucking policía que abusa del poder», arengó la cantante y cantó: «No a la reforma, lo que no es necesario es el fucking patriarcado».




Más adelante, alzando un pañuelo rosado dijo: «Te pedimos «no a la reforma». Como vecina lo digo».


Mientras tanto en varios centros de estudio comenzaron a colocarse nuevamente carteles y propaganda contra la iniciativa. Es el caso de la Facultad de Comunicación (FIC) de la Universidad de la República donde los estudiantes colocaron carteles y siluetas de militares armados en la fachada del instituto con un llamado a votar contra la reforma   

Miss Bolivia en semana de Lavalleja



En otro momento del concierto, Miss Bolivia dijo alzando un pañuelo rosado: "Te pedimos "no a la reforma". Como vecina lo digo". El público se mostró sorprendido con la actitud política de la artista argentina, aunque hubo algunos aplausos.   Otros elogiaron la actitud valiente de la artista por fijar posición sin importar el contexto.
La polémica no demoró en redes sociales. No faltó quien señalara que la actuación de Miss Bolivia se dio en un festival organizado por la intendencia de Lavalleja, que gobernó Adriana Peña hasta agosto cuando renunció para dedicarse a la campaña. Peña es una de las principales líderes del sector de Larrañaga que impulsa la reforma.  




sábado, 3 de agosto de 2019

Marilina Ross + Sandra Mihanovich - Puerto Pollensa - Encuentro en el Es...



Así nació este amor

Acaba de cumplir setenta años, se casó con la mujer a la que conoció online jugando scrabble y en unos pocos días, el 22 de noviembre, subirá al escenario del teatro El Nacional para volver a tocar sus canciones en público. Mientras cuida a ultranza la salud que empezó a resentírsele, a pura somatización, durante la crisis de 2001, en esta entrevista Marilina Ross repasa una vida íntimamente ligada al mundo del espectáculo –con hitos como La nena, Piel naranja y su inolvidable interpretación de La Raulito– y a la militancia y la realidad política argentina, desde su participación en la JP de los setenta, su amistad con el padre Mugica y el peso de su figura en el regreso a la democracia. Marilina Ross según pasaron los años.



Por Mariano Del Mazo

A los 70, Marilina Ross vive de noche rodeada de cuatro computadoras Mac. Edita videos que sube a YouTube, actualiza su blog –una exhaustiva lupa sobre 55 años de trayectoria–, trata de escribir canciones y timbea. Así, jugando al scrabble online, conoció a la mujer con la que se acaba de casar. De la misma manera, en noches elásticas de pantalla y soledad, imaginó el espectáculo que mostrará en noviembre y que decidió titular como una de sus canciones, proféticas como tantas: Solo 70. Como sus adoradas computadoras, Marilina Ross es una máquina certera: un eterno resplandor de una mente con recuerdos. Exprime su memoria prodigiosa y va y viene, en violentos saltos de décadas. Define su singular temperamento artístico, social y político, que atraviesa el entretenimiento más familiar y masivo –la sempiterna “Nena”– y también el compromiso radicalizado de su generación. Como decir: la dulzura adhesiva de un cancionero sensible y el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel. Entonces, de Luisa Vehil al padre Mugica; de la JP al matrimonio igualitario; de La Raulito al gordito de gafas; del charter de Perón al exilio... El prisma-Ross desarma colores que se acomodan sin conflictos, en su medida y armoniosamente. Como si sus modales de Jane Birkin peronista neutralizaran tanto dolor y tragedia y alcanzaran para pulverizar cualquier recuerdo funesto o cualquier claudicación.



Nadie sabe qué tiene, algo indefinible surca su rostro todavía aniñado. Es difícil explicar su carrera sin tropezar con palabras como “ángel” o carisma, en este caso eufemismos del misterio o de la magia. “Yo no sé qué es el ángel. Los españoles dicen duende. Pero no sé, la verdad es que no sé. Tal vez todo tenga que ver con cierto modo de la sencillez. Mis formas, mis canciones, si hacen alarde de algo es de la sencillez”, dice, debajo de su flequillo rotundo, café y perra durmiendo sobre sus pies. Lo concreto es que esa sencillez volverá a subir a escena con un afán completamente celebratorio el 22 de noviembre en el Teatro El Nacional. Que tiene que ver con su casamiento y con sus 70 años, pero también, yendo un poco atrás, con la recuperación de una salud que empezó a quebrarse en sintonía con la salud del país, en la crisis de 2002.



“Somatización total. Estaba viendo por televisión un programa que hablaba del Fondo Monetario Internacional y me agarró una angustia bárbara. Me empecé a sentir mal, estaba sola y ni siquiera podía tomarme la presión. Fue un infarto. Por suerte alcancé a llamar a mi hermano por teléfono. Fumaba muchísimo y lógicamente paré. Estoy desde hace bastante con un enfisema que me dificulta la acción. No puedo caminar mucho, no puedo agitarme. Si me fatigo me falta el aire.”



¿Cómo la llevás ahora?



–Como puedo. Bajé unos kilos, y eso me hizo mucho bien. Estoy haciendo pilates, que de ejercicios, es el único que me permiten. El marote se me obstruye por momentos y quedo atascada. Hace once años que no pruebo el pucho. Y bueno, le pego para adelante. En este período me costó mucho componer. Lo que pasa es que cuando tenés un infarto te dan antidepresivos para diluir la sangre. Eso hizo que se me aquietaran mis locuras. Toda mi parte creativa disminuyó. Yo soy muy perceptiva y observadora: me doy cuenta de todo. Por suerte ahora me salieron algunas canciones.



DE LINIERS A ROMA



No lo cuenta con dramatismo; más bien con un tono cadencioso, que supone cierta sabiduría. Su gestualidad sigue anclada en la actriz apta para todo público, y en la cantante con reminiscencias hippies que irrumpió en la democracia desde un sitio equidistante entre el rock y la canción melódica. “Es que no hay drama, por eso no hay dramatismo. Escribí la canción ‘Solo 70’ en 1988 cuando vi a dos ancianos haciéndose arrumacos en un bar. Y lo sigo viendo como algo ajeno: no me siento de 70, me siento joven. Y si bien me gusta recordar, vivo el aquí y el ahora. El instante es lo que vale para mí. La pasé mal, pero no me asusta la muerte. A lo que le tengo miedo es a la decadencia.”



De Liniers, clase 43, hija de un mozo socialista de Alfredo Palacios y un ama de casa, María Celina Parrondo calibra su origen como proletario. Y razona que todo, finalmente, fue una cadena de circunstancias azarosas que la blindaron de un sentido de la ubicuidad: estuvo siempre donde tenía que estar, y revisar su vida es escudriñar diferentes sentidos de la cultura argentina, y también muchos de los barquinazos políticos. “Yo a los ocho años estudiaba en el Teatro Infantil Labardén, que es una escuela de formación artística municipal. Aprendí jugando. En 1960 hice mi primer trabajo profesional, en la compañía de Luisa Vehil. Ella me llevó a la televisión, y conocí a David Stivel. Todo así, un poco de casualidad. David me incorporó al elenco de Yo soy porteño, ahí cantaba tangos. Después hice La nena. Y dejé”.



La nena fue un éxito furibundo, una suerte de sitcom a la criolla cuando esa palabra no quería decir nada. El ciclo que protagonizaba junto a Osvaldo Miranda se bajó en su apogeo de audiencia: ya Marilina había decidido sumarse al grupo Gente de Teatro de David Stivel que derivó en Cosa juzgada y que era, dice ahora, “el mejor programa que se podía hacer en la televisión argentina”. A través de la resolución de casos policiales reales, Marilina junto con Emilio Alfaro, Federico Luppi, Juan Carlos Gené, Bárbara Mujica y Carlos Carella, se tocaban temáticas sociales y políticas inéditas para la dictadura de Onganía.



Era, todavía, la muchacha cándida que su cara develaba, poco afecta a la política. Caía perfecto en el difuso estereotipo de “piba de barrio”. Cosa juzgada fue una bisagra. La chica de Liniers fue arropándose de la densidad de la época. Dice que en ese sentido haber conocido a Emilio Alfaro fue clave. “Fue mi mentor. Me casé con Emilio y fue una etapa de un aprendizaje muy intenso. Él fue, por ejemplo, el creador de Gente de Teatro. Tenía una conciencia social muy elevada. Me recomendaba libros, ¡me fue haciendo! También es cierto que yo estaba atenta y totalmente permeable por una cuestión generacional.”



¿Por qué?



–Artísticamente ni hablar. Pensá que soy contemporánea a Los Beatles, Caetano Veloso, Silvio Rodríguez, Serrat, Chico Buarque, los cantautores italianos que adoro, como Luccio Battisti y Claudio Baglioni. Yo no me privé de nada... ¡hasta fui hippie! Con Emilio nos fuimos a California en 1970 en plan John y Yoko... Yo andaba con mi sombrerito de cuero, unas tiras largas. Peace & love total. Nos agarró un tremendo terremoto en Los Angeles... Vimos mucho teatro, me empecé a enganchar con cantautores como Bob Dylan...



¿Ya militabas?



–Sí.



Es curioso, porque militancia y rock no cuajaban...



–Ah, querido, yo fui de todo: hippie, rockera, teatrera y militante.



¿Llegaste a militar en Montoneros?



–No, siempre estuve en contra de la violencia. Lo mío era la JP, pero ni siquiera estaba afiliada. Yo formé un grupo de teatro que se llamó José Podestá, y el chiste fue que las iniciales eran las mismas que las de la Juventud Peronista. Desde ese grupo hacíamos espectáculos en las villas, yo cantaba... Muchos insistían para que nos encuadráramos en Montoneros, pero yo me opuse. Si te ponés a pensar, Perón nunca apostó a la lucha armada, nunca quiso sangre.



Pero en un momento dio señales de apoyo a Montoneros...



–Perón era un conductor. Tenía una izquierda y una derecha: él se mantuvo al centro, con el pueblo atrás. A veces avanzó más por izquierda, a veces más por derecha. El peronismo es así, un movimiento. No sabés lo que era estar frente a Perón: no me lo olvido más.



¿Cómo llegaste a integrar el charter de regreso?



–Yo venía haciendo Solita y Sola, que era un espectáculo que incluía números acrobáticos. En una de las funciones, al bajarme del trapecio estuve a punto de caer arriba del público. Para no caer, di una vuelta con el cuerpo, el brazo giró totalmente y me rompí el hombro. Eso fue en el ’72. Como estaba sin hacer teatro, cuando me enteré de lo del charter le dije a Juan Carlos Gené que quería ir. Gené me respondió con lógica: “¡Pero si no estás invitada!”. Insistí, dije que podía viajar en representación de la juventud, que yo no estaba afiliada pero que apoyaba sentimentalmente. Al final fui, pagándome el pasaje. No quería perderme ese momento histórico.



¿Y cómo fue?



–Fuimos a un hotel en Roma, y ahí nos recibió Perón. Estaba parado, y nosotros en fila íbamos pasando delante de él. A todos les daba la mano. Cuando llegó mi turno, al ver que tenía el brazo adentro de un yeso, dijo: “M’hija, ¿pero qué le ha pasado?”. Y ahí me abrazó. Gracias al yeso fui una privilegiada, porque a todos les daba la mano. Fue un gran viaje. Yo andaba muy pegada al padre Mugica, éramos muy amigos. También estaba mucho con Chunchuna Villafañe y el padre Vernazza... Mugica llegó a dar una misa en una capilla chiquita del Vaticano. Se reía: “¿Cómo les explico a los villeros que estuve acá?”. La vuelta fue inolvidable: cuando el avión empezó a sobrevolar la Argentina todos nos pusimos a cantar el Himno.



¿Qué te queda de ese momento histórico?



–Que no medimos bien las fuerzas. Que el enemigo está en todos lados y es mucho más fuerte de lo que creemos. Y fijate que hablo en tiempo presente...



EN EL CORAZON DEL PUEBLO



El 11 de mayo de 1974 asesinan a Mugica y el 1º de julio muere Perón. El país se despeña hacia la cacería. Mientras se estrena La tregua, en la que hizo un rol clave, Marilina comienza a filmar La Raulito y a grabar su primer LP, con producción de Piero y arreglos de Oscar Cardozo Ocampo. El disco se titula Estados de ánimo y vende muy bien gracias a que Alberto Migré incluyó la canción “Quereme... tengo frío” en la telenovela Piel naranja, que Marilina protagonizó en 1975. Continúa habitando diversos universos: compromiso y frivolidad confluyen en su imagen pública. Ese 1974, mientras se jugaba la vida rodando La Raulito (ya estaba amenazada), la revista TV Guía le hace el enésimo reportaje a la actriz sensación:



“¿Qué ocurre con sus sentimientos? Hace unos meses se comentó que se había reconciliado con Emilio Alfaro. Ultimamente los rumores la vincularon con Joan Manuel Serrat...”



Marilina sonríe. Vuelve a parecer aquella adolescente traviesa de La nena, el ciclo que la lanzó a la popularidad.



–“Estoy sola –finaliza– y separada definitivamente. Con Serrat somos grandes amigos, es posible que grabe un tema suyo, pero... nada más. La prueba es que él retornó a España... y yo sigo en mi patria.”



Marilina Ross no para de reír. Es una mueca agridulce, pero ríe. “Fue el mejor momento de mi carrera. Mi primer disco, La Raulito, Piel naranja... Me había metido en el corazón del pueblo. No sabía qué hacer, porque había recibido una amenaza concreta. Me avisaron que en cuanto me encontraran me ejecutaban. A mí y a muchos de mis compañeros. Yo estaba en pleno rodaje de La Raulito y no me fui. El papel exigía que me cortara el pelo y que me afeara, y eso ayudó: estaba irreconocible. Me mudé y me escondí en la casa de una prima, en el campo. Igual, la última escena que rodé en la película fue terrible, y la tomé casi como una premonición de lo que podía venir.”



¿Cómo fue?



–La Raulito tenía que escaparse de Tribunales. La toma era una corrida mía entre la gente y terminaba cuando me metía en el subte. La cámara estaba del otro lado de la plaza. Todos sabíamos que la escena era riesgosa, pero había que hacerla. Cuando empecé a correr me siguió un tipo de civil con un revólver. Gritaba: “Pará o te mato, pará o te mato”. Yo seguía porque no quería arruinar la toma. Era muy ágil en ese momento. Cuando llegué al subte de Lavalle, paré: no podía respirar. El tipo me agarra el brazo y me dice: “¡Quedate quieto! Te voy a matar, hijo de puta”. Y yo le decía: “Soy Marilina Ross, estoy filmando una película”. No me creía. Justo llegaron los de la producción y me salvaron.



¿Y después?



–Lo que te decía, estar escondida hasta que aclare. Pero no aclaró. Y me tuve que ir. El exilio fue terrible. En España toqué fondo, y cuando tocás fondo aprendés muchísimo. Fue un sopapo muy grande, un dolor muy intenso. No le encontraba sentido a la vida, yo no quería vivir más. Después me pude acomodar. Filmé, hice teatro y me pude dedicar a lo que siempre fue mi gran amor: la música. Y mi historia cambió para siempre.



Fue fuerte el cambio de perfil cuando volviste del exilio.



–Es que me pasó de todo. Básicamente, volví enamorada. ¡Y enamorada de una mujer! Era 1980, y todavía estaba Videla en el poder. El ambiente era irrespirable, me podían atacar por cualquier lado, seguía el terror de siempre, y había una homofobia muy fuerte. Nos basureaban, nos trataban mal... Pero yo estaba feliz por un doble motivo: estaba en mi país y enamorada. El amor me salvó. Porque yo estaba llena de miedos. Ya tenía las canciones de Soles, un disco que me costó cuatro años de composición, que salió en el medio de la guerra de Malvinas. Para mí es mi mejor disco.



Otra vez, el azar o la ubicuidad: Soles se editó en un momento inmejorable, cuando las radios no podían pasar música en inglés y todo entraba en la insospechada categoría de “rock nacional”: de Mónica Posse a Víctor Heredia, de Los Jaivas a Rodolfo Mederos. Marilina Ross irrumpió como una Joan Báez en tren pacifista, en una reconversión generalizada de la izquierda peronista en la vaga idea de las “buenas ondas” de fin de la guerra y el comienzo de la democracia que embanderó Piero. “Empecé solita, con un guitarrista, en un pub mínimo que quedaba en Canning y Las Heras. Estábamos todos muertos de miedo, yo y los que venían a verme. De a poco se empezó a llenar... Así volví a la Argentina.”



El rock la miraba extrañado. ¿Quién es esa actriz que canta canciones de amor como escapada de una carpa de Woodstock? “Era como ahora. Yo no estoy encasillada en nada. Soy inclasificable. ¡Soy lo que soy! No soy rockera pero hago un rock que se llama ‘Basurero nuclear’, no soy tanguera pero hice y canté bastantes tangos, no soy folklorista pero hago una chacarera llamada ‘Y nunca más’ en la que hablo de la patria grande latinoamericana cuando nadie hablaba de eso. Decía: O logramos entre todos que la patria grande remonte o seremos una estrella más en la bandera del norte”.



A BUEN PUERTO



Lejos de cualquier politización, portadora de un linaje jazzístico, en este territorio de efervescencia y confusión de fin de dictadura también hizo su entrada a escena Sandra Mihanovich. Después de grabar varias canciones de Alejandro Lerner, Mihanovich tomó una de las canciones de Soles y la volvió hit e himno gay inoxidable: “Puerto Pollensa”.



“Lo de Sandra fue clave –dice Marilina–. Y eso que a mí no me convencía del todo la canción. Decía: ‘Ay, ese estribillo... ¡qué cuadrado es!’. Lo cambiaba, le ponía otra música, lo daba vuelta. Me parecía que la música era muy obvia, muy chotita, ¿no? Al final me ganó, no pude cambiarlo y lo dejé como estaba. Pero yo no tenía ni idea de que podía pegar como pegó. Es más, no pensaba grabarla, para mí era como un regalo personal a mi amada, porque está llena de códigos, de historias que nos pasaron. Yo en ese momento estaba muy consustanciada con el cambio interior. Pensaba que la revolución tenía que pasar por tu propia cabeza. Y así fue como fui asumiendo aspectos de la sexualidad.”



¿Cómo fue ese proceso?



–Fue duro. Lo cuento en parte en “Puerto Pollensa”: hablo del miedo, del pánico, del proceso, de la necesidad de que el miedo “se fuera por la ventana”. Yo no me considero lesbiana. En todo caso soy bisexual. Yo me enamoro... ¡y después averiguo qué tiene!



De algún modo “Puerto Pollensa” fue un grano de arena que derivó tantas décadas después en la ley de matrimonio igualitario...



–Sí. Yo creo que sirvió muchísimo. Abrió un poco más la mente. Se fueron abriendo ventanas, puertitas. Yo creo que habrá influido que siempre fui una persona pública muy querida. Fijate que ahora me casé, armé un buen quilombo y todo estuvo bárbaro.



Patricia Rincci anda por ahí, en un discreto segundo plano, jugando con la perra de la pareja que responde al nombre de Pompy. Hace ocho años que están juntas, se conocieron por Internet en diferentes entreveros lúdicos y la decisión de ir a los papeles tiene que ver, precisamente, con los derechos civiles que otorga la ley. “Un día estábamos mirando tele y conversando, cuando de golpe le pregunté: ‘¿Te querés casar conmigo?’. Fue así. Ella no paraba de reírse ante mi propuesta. Hay muchas cosas prácticas que se resuelven con el casamiento. Por ejemplo, casos de enfermedad. Uno crece y piensa en esas cosas. Por ejemplo, sin casamiento, si alguna de las dos se enferma y se tiene que internar, sólo se pueden quedar al lado los familiares... Yo estoy muy contenta con la ley, y con este gobierno. Y nos casamos cuando se cumplieron tres años exactos de sancionada la ley.”



Marilina exhibe un iPod, habla con parsimonia y detalles de experta de todo lo que tiene adentro (“éste es mi estudio de grabación”), y muestra una canción nueva que le compuso a su pareja. Se nota una obstinación en registrarlo todo, en testimoniar con canciones o en forma de blog cada una de las cosas que le suceden. “Escuchá: Coser no sabe, no tiene idea qué es bordar pero sí sabe abrir la puerta para ir a jugar. Es muy timbera. Primero fuimos amigas, un día nos dimos cuenta de que éramos más que amigas, que disfrutábamos mucho estar juntas. El amor a esta edad es muy diferente al de la juventud. Es como la canción de Milanés, ‘el amor no lo reflejo como ayer’. Tiene más que ver con la ternura, con la contención, con el cuidado. La mujer es más cuidadora que el hombre. Bah, por lo menos yo no encontré hombres con tanta ternura.”



El enfisema la tiene recluida en su casa. No sale, y no extraña salir. Dice que le encontró sentido al ocio, al olor a comida, a quedarse despierta hasta el amanecer sin necesidad de hacer nada. “Yo nunca paraba en casa. Tengo alma peregrina. Mi casa siempre fue como un hotel: me bañaba, me cambiaba y dormía. Pero ya está, me volví una mujer indoors. Mejor dicho, ¡una vieja indoors! Mirá: me acaban de operar de cataratas. Puedo volver a leer. Estoy feliz. La vida me va a marcando el camino... ¿quién iba a decir que la chica de la JP se iba a quedar prendida a la computadora? Yo hasta hice un espectáculo en el que criticaba la tecnología. La cabeza cambia. Ahora cuando agarro la guitarrita y no me sale nada, me aburro en seguida. Antes insistía. O me distraía viendo tele. Pero la televisión actual tiene un nivel deplorable, es puro maltrato. Prefiero hacer otras cosas.”



¿Hacer qué?



–Escuchar el silencio, pensar en Pato. Acordarme de mis muertos queridos, como Paco Urondo. Jugar al scrabble. Y si Dios está de mi lado, escribir alguna canción.

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fuente  pagina 12.  


viernes, 19 de julio de 2019

MURGA LA SOBERANA





Album Completo de La Soberana

JOSÉ ALANÍS "PEPE VENENO" - II MUESTRA VIRTUAL INTERNACIONAL DE CARNAVAL



AULA DE CULTURA DEL CARNAVAL DE CADIZ " II MUESTRA VIRTUAL INTERNACIONAL DE CARNAVAL" JOSÉ ALANÍS "PEPE VENENO" UN CIUDADANO ILUSTRE.   


La Soberana - Murga 1971



La soberana es una murga uruguaya fundada en 1969. Censurada y prohibida por la dictadura-
cívico militar en 1974,volvió a participar del carnaval uruguayo en los años 1987,2006 y 2007.  


Pepe Veneno en cx 30 Radio Nacional



Entrevista realizada por Alberto Silva a mediados de los años 80' a José Milton Alanís, "Pepe Veneno", murguista, poeta y artista plástico uruguayo, fundador en 1969 de la murga La Soberana en el programa "Puntos de Vista" de Amargueando CX 30 Radio Nacional (Uruguay). 


viernes, 12 de julio de 2019

Discodromo Show, escuela de éxitos





En diciembre de 1962 salió por primera vez aquel programa que le daba la oportunidad a todos los artistas nacionales e internacionales y fue el punto de partida del éxito para muchos de los participantes.

Con la conducción de Rubén Castillo el programa abarcaba un amplio abanico de estilos musicales: folklore, jazz, música popular, baladas y más. La dirección musical estaba a cargo de Julio Frade quien recordó el programa y a su conductor con mucho cariño. "Rubén Castillo tenía una personalidad muy especial que hacía que fuera el líder de todo esto. Sin él no había Discodromo Show", sentenció. Tal era el éxito del programa que Frade aseguró que "los domingos al mediodía en Uruguay todo el mundo miraba este programa y todo el mundo estaba en Canal 12."
El músico Daniel Viglietti recordó aquellos tiempos y dijo que "el aporte de Discodromo fue muy importante porque le empezó a abrir camino a mucha gente".

María Elisa, del grupo Jen, soñaba con cantar y se animó a presentarse en el canal. "Queríamos que Rubén nos escuchara", dijo. Ella y sus dos amigos tenían 15, 16 y 17 años cuando fueron a ver a Castillo. Él los escuchó cantar y les dijo: "el domingo que viene empiece". Y eso hicieron. Más allá de la figura de Rubén Castillo como conductor y pilar de Discodromo Show, María Elisa lo recuerda como algo más: "para nosotros él tenía una figura paternal", dijo.   

viernes, 10 de mayo de 2019

Entrevista Hablamos con el maestro Andrés Ambrosio.en CX 30, AM 1130, Radio Nacional, en Ciudades Invisibles.

No hay ninguna descripción de la foto disponible.Entrevista Hablamos con el maestro Andrés Ambrosio.en CX 30, AM 1130, Radio Nacional, en Ciudades Invisibles.clik aqui
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Hablamos con el maestro Andrés Ambrosio. Primer Festival EncontrArte, en la Plaza Pérez de Paso Molino. Música en vivo: Pedro Alfonso, Satori Punk, De esquina a esquina - El canto del barrio, El Requinto y las actuaciones de los niños y niñas de la Escuela. Entrada libre y gratuita. Organizan: Escuelas Públicas 25 y 26, y REDARTEuy. Apoyan: Municipio A y Centros Comunales Zonales 14, 17 y 18. En caso de lluvia, no se suspende, el evento se realiza adentro de la escuela.

De esquina a esquina - El canto del barrio ver clik aqui


domingo, 20 de enero de 2019

ENTREVISTA. Urbano Moraes es toda una leyenda dentro de la música uruguaya Hábil divagante



Coronado por sus bigotes y su melena blanca de ermitaño, Urbano Moraes es toda una leyenda dentro de la música uruguaya. Instalado en Villa Serrana, cerca de Minas y lejos de Montevideo, este bajista irradiado por la experiencia y una intuición de orden celeste es uno de los fundadores del candombe beat como parte del mítico grupo El Kinto, del que formaron parte Eduardo Mateo y Rubén Rada. Sus recuerdos sirven para repasar los comienzos del rock uruguayo y sus cruces con el argentino, y lo confirman como un extraño eslabón perdido, un aleph en el que coinciden Kiko Veneno y Miguel Abuelo, Luis Alberto Spinetta y Mateo, de quien confirma que era un divagante, sí, pero de un divague muy serio.

Parece un gag, pero es una verdad incontrastable: Urbano se cansó de la ciudad. Ocho años atrás visitó a un amigo en Villa Serrana, una localidad hermosa en las sierras de Minas, se enamoró del lugar y compró un terreno sobre la montaña. Desde entonces mira los pavos del monte, bebe agua de lluvia y, una vez cada tanto, baja a Minas o Montevideo para dar clases. Sin embargo, coronado por los bigotes y su melena blanca de ermitaño, Urbano Moraes ya no puede ocultar la leyenda. Es el fundador del candombe beat. El tipo que, en el medio de la película Hit, ofrece la llave hacia la historia grande de la música uruguaya. El bajista que, irradiado por la experiencia y una intuición de orden celeste, transformó su música en una esfera secreta: el único sitio sobre el planeta donde se cruzan los caminos de Eduardo Mateo, Kiko Veneno y Luis Alberto Spinetta. Más alto, solo la montaña.

“Yo nací en Pocitos”, dice, señalando la costa más onerosa de Montevideo. “Cuando era chico era un barrio, pero ahora son una serie de columnas gigantes. No perdonaron nada, ni las embajadas. Antes no había edificios. Había campitos baldíos donde íbamos a jugar al fútbol. Era otro mundo. Manolo Guardia era el compañero de una gurisa que era vecina nuestra. Federico García Vigil vivía a una cuadra. Antes de Camerata, que fue muy importante para el tango moderno, tenían un quinteto. Yo iba a hacer los mandados al  almacén y, cuando pasaba por la puerta, me metía para ver el ensayo. Me quedaba hasta que mi vieja me venía a sacar del culo. Me crié viendo a todos esos músicos, los más grandes de acá”.

Para mediados de los sesenta, los Beatles habían alojado una bomba en el corazón de la ciudad. En un abrir y cerrar de ojos crecieron como hongos decenas de bandas formadas a imagen y semejanza de los Fab Four. Los Shakers, por supuesto, pero también Los Gatos (los uruguayos, comandados por Gaston Dino Ciarlo) y Los Malditos de Eduardo Mateo. Con dieciséis años recién cumplidos, Urbano se subió a la ola y compró su primer bajo para integrarse a The Knacks. Para octubre de 1966, ya eran el número eléctrico los Conciertos Beats: una serie de espectáculos donde confluían la bossa nova, el influjo de Boris Vian, la psicodelia y las primeras canciones de Mateo junto a Diane Denoir. “Me acuerdo cuando estábamos ensayando en la casa de uno de los guitarristas y llegaron con Revolver. Lo escuchamos y nos dio una angustia terrible, nos pusimos a llorar todos. No entendimos nada de nada. Todos los efectos, toda esa demencia. Fue un bajón increíble. Si teníamos una banda beatle, este era el final. Por supuesto lo escuchamos una segunda vez, una tercera y entonces sí: empezamos a llorar de vuelta, pero de emoción. Revolver fue una piña para despertarte”.

CONCENTRACIÓN SALADA
Ya no había nada que imitar. Como buenos maestros, los Beatles le soltaban la mano a una generación preparada para dar el siguiente paso. En el otoño de 1967 todo ese caldo de cultivo estaba fraguando en la banda estable de Orfeo Negro, una boite cerca de los Portones de Carrasco. De lunes a lunes, ese grupo comandado por Mateo comenzaba a desdibujar las fronteras de su música: bossa, shake, bolero, jazz, ritmos caribeños. Una vez que agregaron el ingrediente secreto ya eran El Kinto, al que se sumaría Rubén Rada. “Yo tomo contacto con el candombe cuando entré a El Kinto”, explica Urbano. “De chico tocaba un poco el tamboril y salía a pedir guita por el barrio porque era muy común, pero recién en aquel momento se empezó a tomar consciencia. Fue con Mateo. El Kinto fue la primera banda que puso tumbadoras arriba del escenario, aunque la incorporación del candombe era muy sutil. Mateo les explicaba lo que quería a los percusionistas y nadie lo entendía, porque él tocaba el candombe como la música hindú: con las puntas de los dedos. Era muy exigente. Una vez le erré una nota, se dio vuelta delante de todo el público, y me puteó. Se calentó mal, no le gustaba nada la desconcentración. La gente piensa que era un divagante, pero hay que entender que el divague es algo absolutamente fundamental y serio. Yo divagué desde niño y espero hacerlo hasta el día que me muera. El divague de Mateo es el más difícil de entender porque era esa libertad que tenía para hacer las cosas. No conocí a nadie que viva el presente como Mateo y eso es parte de lo que se llama divague: una concentración salada en el presente”.

Las tensiones crujieron en el núcleo del grupo. Los miembros de El Kinto vivían al día pero Urbano, más joven y aplicado, proponía un upgrade general. Llegado un punto se hartó y aprovechó una invitación de Los Walkers para mudarse a Buenos Aires, donde pudo conocer fugazmente las mieles del éxito y asistir en persona a los comienzos del rock argentino. “Fui a ver a Manal a La Cueva”, recuerda. “No estaba acostumbrado a esa intensidad del volumen, entonces los miraba como si fueran una banda americana o inglesa. Con El Kinto tocábamos chiquito y apretado porque nuestro sonido era una mierda pero también porque nos gustaba. Manal era otro palo, nada que ver con nosotros, pero estaba bárbaro... Igual lo primero que nos rompió la cabeza fue Almendra. Con Mateo escuchamos el primer disco de Almendra y piramos. Mil años después Spinetta vino a tocar a Montevideo y fuimos a verlo. Hay una imagen que me quedó para siempre. En un momento se iluminó todo el escenario de verde menta pero la cara de Spinetta quedó con luz natural. El tipo estaba cantando y, en un momento, nos miramos con Mateo: estábamos los dos llorando”.

Con el cambio de década, el camino de Urbano se volvió errante. Un llamado providencial de Mateo lo devolvió al Uruguay para actuar con El Kinto en las últimas Musicasiones: aquellos shows poético-musicales en el Teatro El Galpón, big bang de todo lo que vendría después. Allí, durante un bache escénico, Mateo lo empujó literalmente a interpretar una balada al piano de su propia autoría. El aplauso cerrado y la inminente disolución del grupo le permitieron vislumbrar un camino nuevo. Armó su primera banda como solista (con Luis Sosa y Pato Rovés) y, entre ION en Buenos Aires y los estudios Sondor en Montevideo, grabó una serie de músicas que fueron a parar al fondo del cajón. No eran años sencillos. Para el 23 de junio de 1973 Urbano era un muchacho recién casado con las valijas en la puerta de su casa: un golpe de estado abría el compás de una larguísima dictadura.

DÓNDE FUERON A PARAR
Urbano se instaló en Buenos Aires en un momento efervescente del rock argentino, pero no alcanzó a tocar una sola nota. Acompañado por su mujer, sobrevivió en pensiones de mala muerte comiendo hamburguesas con puré instantáneo. “Tuve dos laburos: un año hice serigrafía y otro año estuve pintando animalitos de madera en la fábrica de Mario, el marido de la hermana de Miguel Abuelo: Norma Peralta. Una divina. Todo era muy angustiante.
Éramos unos guachos y en las pensiones nos trataban mal. Nos robaron y tuve que juntar la guita tres veces para irme a España”.

Desembarcó en Madrid con la muerte de Franco en el horizonte y una punta que se disolvió en cinco minutos. Después de medio año prácticamente en la calle, esperando la hora de cierre de los almacenes para agenciarse algo que comer, comenzó a trabajar como guitarrista de Norma Peralta y pudo agregar un puñado de arroz al plato. “También me encontré con Miguel Abuelo, creo que en Madrid”, recuerda. “Estaba con su mujer y Gato Azul, el hijito. Lo vi allá en situaciones difíciles, raras, eran momentos jodidos”.

El abrazo de Horacio Icasto, el arreglador y pianista argentino, le permitió recuperar la confianza, integrarse como músico en un circo y recorrer las plazas de toros de todo el país. Con ese trabajo pudo pagar el pasaje para su mujer y, unos meses después, ya cargaba a su primer hijo en un avión rumbo a Cádiz. “Esa fue una época alucinante, amo Andalucía”, dice. “Toqué en la primera banda de Kiko Veneno con Raimundo Amador. Yo le decía a Kiko que era el Mateo andaluz. Ahí empecé a conocer a gitanos, a Loli y Manuel, a los Montoya. Después me fui a vivir en comunidad con Imán Califato Independiente, la banda con la que hacíamos una especie de rock sinfónico andaluz. Era como si fuera Yes haciendo bulerías. Ta, la música hindú es un huevo, pero la bulería es el compás más raro de Iberoamérica. Es marciano, pero tenía que tocar arriba de eso. Y toqué”.

Como Zitarrosa, Jaime o los Fattoruso, Urbano regresó al paisito con la apertura democrática y se re-incorporó al circuito. Compuso música para teatro, tocó con distintos ensambles y amasó las canciones de su primer disco solista. Vamos a mirarnos más de frente, editado en 1991, reunió una constelación irrepetible: Mateo, Osvaldo Fattoruso, Mariana Ingold, Ruben Rada, Beto Satragni, Pippo Spera, Lobo Núñez y hasta un jovencísimo Martín Buscaglia. “Urbano es Miles Davis”, dice Buscaglia. “Todo lo que Miles Davis significa para los músicos, equivalentemente, Urbano significa para la inmensa mayoría de los músicos uruguayos. Es una presencia, un compromiso implacable con la música: la encarnación de la exigencia de la libertad. Por suerte, se ha encargado de esparcir ese magisterio natural. A lo largo de tantos años ha tocado con muchos músicos jóvenes que ahora están encumbrados. Cuando recién arrancaban y estaban copados con un género o una onda determinada, Urbano los llamaba para armar unos combos y mostrarles la ganzúa que abre las puertas hacia las infinitas dimensiones de la música”.

Su discografía de los noventa es reveladora y parece una auténtica carrera: el sello Perro Andaluz rescató grabaciones de los setenta y los ochenta en Caminar Detrás (1992), luego editó las canciones de He nacido frente al mar (1994) y Urbano se ocupó de sacar Desde todos los sueños (1998) a través de Ayuí. Su ritmo, sin embargo, obedecía a su propia respiración. Aunque jamás dejó de tocar, tuvieron que pasar doce años para que volviera al ruedo con Vuela más alto (2010).

“Siento que no he hecho casi nada”, dice. “Mi último disco tiene más de diez años... ¡es un desastre! Estoy más viejo, me divago y no me enfoco. Igual estoy contento porque cada una de mis músicas es un pedazo de mi vida. Significa algo para mí. Nunca fabriqué un tema: cada tema es una historia. Ahora tengo un disco trancado desde hace años... algún día saldrá. Me voy a armar el estudio en un lugar más alto del que estoy: tiene una vista que te cagás. Quiero curtir más naturaleza, ya no puedo estar todo el tiempo entre paredes y gente. Es una necesidad de salir de tanto barullo y torpeza. En la ciudad estás un poco como si fueras ciego. Te estás chocando con las cosas todo el tiempo... Hasta con las ideas”.

fuente pagina 12        Por Martín E. Graziano.